Ofrezco aquí mi personal visión de los dolorosos momentos que estamos viviendo en Cataluña. Y lo hago desde el amor a mi país, y el dolor que las circunstancias actuales me produce.
Gran parte del razonamiento de este artículo tiene una lectura «en espejo», y es aplicable también a la actitud mal llamada «española», y que solo corresponde a la cerrazón de un PP con añoranza de tiempos pasados. Es obvio y está en el origen del problema, pero hoy escribo exclusivamente desde el punto de vista catalán.
¿A quién no le ha pasado por la cabeza alguna vez, «volver a empezar» (y no me refiero a la dulzona película de Garci)? Después de años de crisis, con una Generalitat liderando los recortes y años de Rajoy con su execrable pasividad, en todo el país, y más aquí si cabe, se respira una atmósfera viciada, que empuja a huir, a sacar la cabeza fuera del agua, a cambiar de aires.
Ello fue percibido por la derecha nacionalista (hasta la fecha nada indepes, habiendo sido un factor relevante en la consolidación del PP), a raíz de la manifestación de protesta por los recortes del Estatut (2010), que se había pactado en el Parlament, y también en las Cortes españolas, y sido finalmente avalado (entonces sí), por un referéndum. El mismo PP de hoy, lo cercenó. A un partido en declive como CiU, se le pusieron los dientes largos al ver tanta gente en la calle. Fuimos con mi esposa, y nos sentimos estafados. Se manipuló para que fuera un desgaste para el president socialista Montilla (que salió por piernas, por un lateral). Por primera vez, las esteladas predominaban por encima de la senyera de todos los catalanes.
A partir de ahí, pasó como cuando un náufrago se agarra a alguien que nada a su lado, hasta ahogarse ambos. Con el apoyo descarado y deshonesto de los medios de comunicación públicos, y el tancredismo del Gobierno central, la cosa se fue hinchando interesadamente, hasta llegar al colapso actual.
Al principio se hablaba del procés, abominando de las propuestas de referéndum (pactado y homologable) que hacía, por ejemplo, el PSC de entonces y que le costó el puesto a Pere Navarro. En su programa electoral, JxS ni tan solo lo consideraba. Tenía que conseguirse la independencia en dieciocho meses, y una vez planteada y debatida, oficializarla mediante un referéndum legal, abierto a todas las opciones, democrático y vinculante. Esa era la teoría, hace años.
Pero claro, si hablas de un proceso, has de explicar su principio y su fin. Y el fin, si se explicaba bien, era desolador (salida de la UE, incapacidad de endeudarse, sociedad partida por el eje, etc.). De ahí tanta chapucería, precipitación e incompetencia, mentidos, desmentidos y astucias infantiles, como si lo que estuviera en juego no fuera el bienestar de siete millones de personas, y por extensión de otros cuarenta.
Así pues, por un lado no se podía ni quería ofrecer a la ciudadanía la posibilidad de debatir abiertamente sobre el procés, sus costes y la conveniencia de admitirlos en pro de una idea; por el otro, se tenía la necesidad de mantener y atizar la presión social que habían levantado entre todos, con la inapreciable ayuda de un Rajoy ultramontano. Fue entonces cuando se volvió a la idea del referéndum con el añadido del eslogan: «tenemos prisa». Esta notable aportación, proviene de una CUP imprescindible para la continuidad del gobierno.
¿Prisa, para qué tanta prisa? ¿Qué es mejor, lo hecho deprisa, o lo bien hecho? Bueno, mi lectura es que la prisa se debe a que si se alargara hasta el mandato de otro presidente menos muermo, no se tendría el gancho que ahora posee el mensaje. Afortunadamente para el país, pasará mucho tiempo hasta que se produzca una coincidencia de dos presidencias tan nefastas y a la vez complementarias como las actuales. Por eso no se quiere dialogar (por ninguna de las partes), por mucho llamado que se haga a ello. No solo han de chocar los trenes, sino que cuanto antes lo hagan, mejor. Algún chatarrero se beneficiará de los restos.
Y ahora llegamos al dramático momento actual. Evito hablar de España, de su Constitución y de las consecuencias, económicas y políticas, que está teniendo el tema catalán. No cabe duda que el comportamiento del gobierno del PP tiene gran parte de la culpa y mucho que ver en todo ello, hinchándolo innecesariamente, a la búsqueda inmoral de votos, aun a costa de degradar la democracia hasta convertirla en una pantomima judicial. Me limito simplemente a referirme a Cataluña y a su legalidad. Los días 6 y 7 de septiembre, en el Parlament hubo un interno golpe de estado en toda regla, digno del mejor Erdogan. Para aprobar la Ley de Transitoriedad, se silenció a los discrepantes Servicios Jurídicos del propio Parlament y al Consejo de Garantías Estatutarias; no se respetaron los plazos de entrega a los grupos parlamentarios para su examen, etc., etc. No solo era situarse al margen de la legalidad española, sino también de la catalana. ¿Cómo podrá luego exigirse obediencia a cualquier sistema legal, por nuevo y pulcro que sea?
En dicho documento, la parte de Finanzas, a pesar de su relevancia (ahí residen gran parte de los costes de la aventura), ocupa solo una página de las 45 del texto de dicha Ley de Transitoriedad. En ella, el artículo 82, reza: «El Estado catalán sucede al Reino de España en los derechos y obligaciones económicas y financieras en los términos que se acuerden con este, y de los que se deriven de acuerdos con terceros». No veo yo las finanzas de Junqueras, como para atender los pagos de las infraestructuras contratadas por el Reino de España, o asumir el porcentaje de deuda, que actualmente ronda el billón… Y se refiere a un acuerdo, o sea una negociación.
Insisto, todo el texto está lleno de «lo que se acuerde con el Estado…». Primero: Si se ha de acordar, ¿por qué no antes de tanto fuego de artificio?; Segundo: ¿Y mientras tanto? ¿Y mientras no se alcanza el acuerdo? La misma reflexión sirve cuando se alude a los tratados internacionales: «Cataluña goza (en presente) de los derechos de soberanía y de los demás derechos reconocidos por el derecho internacional en lo concerniente a su plataforma continental y su zona económica exclusiva» (Art. 6-2). Digo yo que si no figura la firma de Cataluña en los tratados, habrá que pedir audiencia. Todos tienen la firma de España. Así que se deberá negociar con España y con los organismos internacionales… Una vez más: ¿y mientras tanto?
En fin, un despropósito tras otro, por parte del Govern, hijo de la improvisación y el sueño de poder ser protagonista, lo antes posible, de un «momento histórico». Hay buenos y malos gobernantes, pero ninguno tiene el derecho de apropiarse de un sentimiento legítimo, incluso necesario, de pertenencia y amor a un colectivo, de voluntad de mejorar su situación social y económica (llegando incluso a la independencia), prostituyéndolo en pos de la detención del poder, y enmascarándolo con silencios, mentiras y proclamas demagógicas.
Resumo: El procés tiene tres fases que retorciendo la cronología se plantean por este orden: Referéndum, declaración de independencia, puesta en funcionamiento. Empecemos por el final:
La puesta en funcionamiento será (si fuere) durísima, sin fondos, con la sociedad dividida y encabronada, y con unos gobernantes de muy bajo nivel. Así que no se habla de él.
La declaración de independencia, 48 horas después del referéndum, puede ser una aparición en el balcón y poca cosa más. (En 1934, Companys lo hizo y duró pocas horas, mientras el consejero de Gobernación huía por las alcantarillas). El lío jurídico, social y político consecuente sería de órdago, y no estarían los ánimos para negociaciones que lo despejaran. Por mucho que se desee, no se puede jugar todo a un solo envite, cuando no se tienen cartas válidas, frente a un tahúr que además cuenta con la casi totalidad de la baraja.
Así que nos limitamos al referéndum, como muestra de testosterona, de ver quién salta antes del coche al ver aproximarse el precipicio. Pero evitando hablar de las dos fases siguientes, en especial el resultado final, porque de ser así, posiblemente la apreciación por el ciudadano sería muy distinta. Lo que debiera ser un instrumento de confirmación de un proceso en beneficio de los catalanes, pasa por encima de él, invierte el orden lógico y se apropia de todo el protagonismo. Ha adquirido una entidad por sí mismo, aislado de lo realmente substancial: qué hacemos con el país. En las calles ya no se grita “independencia”, sino solo “queremos votar”, asimilando el votar con el concepto de democracia (y entonces recuerdo los referéndums de Franco, los de Erdogan, el de la OTAN de Felipe…)
¿A quién beneficia tanto desvarío? Pues a Rajoy, por descontado, que si no le conociéramos, en algunos hasta parece un estadista. Gracias al mantenimiento de tics autoritarios en un amplio sector de la población (Franco no ha muerto), al estrangulamiento de la memoria histórica, sus acciones desproporcionadas, esperpénticas, le son rentables políticamente, al menos a corto plazo. Y a Junqueras, el cual, una vez quemada la sociedad (y los partidos, tanto del PDCat, como los Comunes, por no decir los demás del arco catalán, incluida la CUP), utilizará sus cenizas como abono de sus votos, en las próximas elecciones, en las que, como si nada hubiera pasado, deberá negociar el restablecimiento de un mínimo de colaboración entre administraciones. La gente no recordará las mentiras y los silencios (frente a preguntas, por ejemplo, sobre la posición de la UE, bien clara desde hace tiempo, su respuesta ha sido siempre: «estoy convencido que no querrán prescindir de un socio tan potente como Cataluña», sin añadir ningún argumento válido). Sus votantes lo verán como el adalid de un mundo nuevo (siempre en la mente, nunca alcanzado), lejos del mundanal ruido «español». En alguna ocasión he pensado en la metáfora siguiente: «Nos prometieron navegar hacia un mundo nuevo, feliz y lleno de riquezas, y nos encontramos en el bunga-bunga del Costa Concordia, en el que, además, para ir más deprisa, se van echando pasajeros (y consejeros) por la borda».
¿Existe la menor intención de negociar, ni antes ni después del 1-O entre dos que se han estado insultando y menospreciando durante años? Un referéndum adquiere todo su sentido como culminación de un proceso de negociación, cuyo resultado, y no preámbulo, el pueblo debe refrendar o rechazar. Solo así, es admisible su carácter vinculante e irreversible (factor del que nadie, hoy por hoy, valora su gravedad, y si no que se lo digan al Reino Unido).
Más temprano que tarde, habrá que sentarse y buscar una solución política. Y visto lo visto, y pasando lo que está pasando, creo que ninguno de los principales actores deberían estar presentes. No hay bando inocente. Si Trump ataca despiadadamente Corea del Norte, ello no estará justificado por la actitud de ésta; pero tampoco Kim-jon-un se verá absuelto de sus ataques arrogantes por desproporcionada que sea acción de los EEUU. La antidemocrática actuación de Rajoy, no es excusa para haber laminado los derechos del Parlament, ni haber escondido durante años, los problemas que un proceso a la independencia acarrearía. A la convivencia, todos la tocaron y entre todos la mataron. Pero en el debate que se abra, la presencia de los actuales protagonistas (PP, JxS, CUP) solo dificultará y atrasará el imprescindible acuerdo. Quizá sea recomendable previamente echarles de ambos gobiernos.
Todos los pueblos tienen derecho a ser dueños de su futuro, y éste debe ir marcado por un progreso en lo social y lo económico. Mucho me temo que por una estrategia partidista a corto plazo, el avance de Cataluña se verá retrasado durante décadas, en las que habrá que restablecer los lazos, no solo con España, sino especialmente entre catalanes.
Lo lamento en el alma.
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