Estamos presenciando una guerra de gallos, bajo la mirada errática de un búho. Y todos, en sus cacareos, atribuyéndose el mandato dado por el elector al que, inmisericordes, piensan volver a llamar. Ese que, además de pagar el pato, mientras ellos pierden plumas va perdiendo derechos, lugares de trabajo o puestos en la cola del quirófano. Y yo, exhausto, decide acudir al consuelo de la literatura, el que tengo más a mano.

En las Adiciones de Amberes al Cancionero General de 1573, jugando con los versos, podemos ver, como Cela, el siguiente fragmento:

De cuantas siestas, noches y mañanas

Me venían a buscar dando de zerras,

Las izas, rabizas y colipoterras,

Hurgamanderas y putarazanas…”

Bueno, si nos vienen a buscar para volver a votar, reflexionemos antes a la luz del negocio más antiguo del mundo. En él, cabe distinguir tres papeles fundamentales: las rabizas, sus clientes y los que se benefician de ello. Apliquémoslo a la política: existe el cliente, aquél que piensa, según los versos, que: “me veo morir ahora de penuria/ en esta desleal isla maldita”, sin darse cuenta de quién es la causa de tanta precariedad. También existe la hurgamandera, la que le llama, doblando repetidamente el índice desde la rotonda, con programas a no cumplir, con favores a ser ganados previamente, exigiendo pleitesías a cambio de oropeles. Parte del peculio va a ellas. Pero se ve menos el chorro de dinero que se deriva a los proxenetas, a las estructuras que, cual mafia, lo organizan todo. ¿Y dónde va dicho peculio?

¿Alguien piensa que era sólo Ferrovial la empresa compulsivamente melómana en el “caso Palau”?, ¿se puede pensar que todo el dinero fue a los bolsillos de Millet y compañía? ¿Permitió el PP que Bárcenas desviara a sus bolsillos el 100% de lo recaudado en B? Es evidente que los “conseguidores” hacían la sisa, pero aún está más claro que la mayor parte del dinero ha ido a parar algunos partidos que lo utilizaban para engrasar su maquinaria electoralista. Es más: no todo tiene porqué ser vertido directamente a sus arcas; también hay organismos, fundaciones, asociaciones y otros instrumentos de mantenimiento y generación de clientelismo que cumplen su función. “No sufras, tu das una ayuda a esta asociación amiga que la necesita (y que hará una encomiable labor de proselitismo a mi favor), y yo ya me acordaré de ti cuando se hable de recalificaciones…”.

El elector está harto, indignado. Siguiendo el soneto: “está más a punto que San Hilario/ tanto que no se iguala mi lujuria/ ni a la de fray Alonso el Carmelita…”. Así que sólo mejorará la situación con una política austera, que no precise más y más dinero para difundir su enhiesta demagogia; sólo castigando judicialmente a los tres protagonistas (sí a los tres) de esta tragicomedia, conseguiremos el objetivo, hoy utópico, de conseguir una política limpia, participativa y enfocada al bien común. Sugiero por lo tanto que a los partidos que se han beneficiado durante décadas de dicho sistema, se les suspenda cautelarmente de sus atribuciones electorales. Si en la competición de las urnas se detecta dopaje, se les suspende. Un par de legislaturas, por ejemplo, sin poder presentarse, más el cierre de sus fundaciones, les serían de gran utilidad para sus refundaciones.

Camilo José Cela, subtituló su obra Izas, rabizas y colipoterras, como un “drama con acompañamiento de cachondeo y dolor de corazón”. El ciudadano está al borde del infarto con tanta risita popular, con tantos que-se-jodan, con tanto tancredismo e ineptitud, mantenida sólo gracias al clientelismo prostibulario. No mejorará la salud democrática del país hasta que el público no exija juego limpio.

Entretanto, se admiten apuestas para un juego: ¿cuáles serían los resultados del próximo 26J, en la eventualidad de que no participaran tales formaciones?