Artículo publicado por Iñigo Sáenz de Ugarte en el blog Guerra eterna
Nadie supo prever que Merkel podría alcanzar la mayoría absoluta o quedarse muy cerca de ella. Pero lo que sí estaba claro es que la victoria era suya y que la única duda estaba en conocer la identidad de su socio de gobierno. Si había alguna duda, tenía que haber quedado resuelta hace mes y medio cuando se conoció una encuesta de ARD de conclusiones muy reveladoras.
Según ese sondeo, conocido en los primeros días de agosto, el 76% de los alemanes estaba satisfecho de su situación económica personal (el mejor dato desde 1997). El 66% decía que la economía iba bien y el 52% aprobaba la actuación del Gobierno.
Es inexacto decir que Merkel ha conjurado la maldición electoral que persigue a los gobiernos de la eurozona en estos tiempos de crisis (tampoco afectó al Gobierno de Holanda). No puede haber maldición si los votantes creen que no hay crisis.
No hay partido en el poder que pueda perder unas elecciones con datos como los de esa encuesta. Significan que incluso personas que votarán a otros partidos están contentos con su situación personal. Si eso es así, tus votantes de anteriores elecciones no tendrán inconveniente en repetir.
En el caso alemán, los democristianos tenían además la oportunidad de arrancar un buen pedazo del electorado liberal, como así ha ocurrido. Los liberales obtuvieron el mejor resultado de su historia cuatro años atrás. No tardaron mucho tiempo en decepcionar a esos votantes porque no pudieron, al ser el socio minoritario del Gobierno, cumplir su promesa de bajar los impuestos. Después, tuvieron una actitud errática en relación a las crisis de la eurozona. Por momentos parecían el socio euroescéptico de Merkel para al final tener que votar a favor de enviar dinero a Grecia. No suelen tener mucho éxito los partidos que hablan a gritos y que a la hora de la verdad sólo susurran.
Ante tal panorama, los alemanes optaron por el mensaje conservador (no ya en el plano ideológico sino en el sentido literal de la palabra conservar) de la mujer que nunca se altera y que siempre se maneja con una cautela casi exasperante para los que no son alemanes. Ninguna persona que le haya votado podrá decir que volvió a casa un día, encendió la televisión y dijo: ¿que ha dicho qué? Merkel no sorprende a nadie, y eso tiene un efecto tranquilizador en los votantes.
Votantes y alemanes son categorías que hay que administrar con cuidado. Cerca de un 42% de votos para la CDU-CSU deja a más de la mitad del electorado fuera del supuestamente irresistible encanto de Angela Merkel. Pero las elecciones se celebran en los sistemas parlamentarios para elegir diputados con los que luego formar un Gobierno estable. La segunda parte es tan importante como la primera.
No sirve de nada por ejemplo sumar los diputados del SPD y de Die Linke, porque ambos partidos pertenecen a culturas políticas diferentes y sus respectivos dirigentes han dejado claro el poco aprecio que se tienen. Han gobernado juntos en algunos estados, pero no lo harán en el Gobierno federal. Para el SPD, existe un tabú, que quizá algún día desaparezca, sobre pactar con un partido en cuyo origen estuvieron los herederos de la RDA. Pero además no es imprescindible rastrear en la historia. Los programas ideológicos de ambos partidos son muy diferentes.
Merkel ha impuesto un modelo, que tiene sus raíces en la Agenda 2010 del socialdemócrata Schröder, con el que la mayoría de sus compatriotas conviven con tranquilidad. La economía goza de un alto nivel de empleo que se obtiene gracias a la existencia de puestos de trabajo a tiempo parcial o de muy baja remuneración. Uno de cada cinco trabajadores tiene uno de los conocidos como ‘minijobs’. El número de autónomos aumentó en un 40% en la primera década del siglo. Uno de cada tres autónomos tiene muy bajos ingresos. Más de la mitad de ellos emplean sólo a una persona: ellos mismos. En muchos casos, no son gente que prospera. Sólo sobreviven.
Es en la práctica, una dualidad laboral. Si en España esa dualidad favorece el desempleo, en Alemania produce trabajo precario y su consecuencia evidente: el aumento de la desigualdad.
Eso no preocupa a la mitad de los alemanes, probablemente muchos más, entre los que se encuentran los que están muy satisfechos con ser ciudadanos de Merkerland. No es todo el país pero es suficiente para ganar las elecciones.
A las dos de la tarde, la participación había subido cinco puntos con respecto a 2009. Era un espejismo provocado por el buen tiempo disfrutado por la mañana. Al final, ha votado el 71,6% del censo, sólo 0,8 puntos más que en 2009. Es por tanto la segunda participación más baja desde 1949.
Merkeland no necesita más.
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