Recuerdo un antiguo chiste, en el que dos amigos están en una habitación cerrada, y uno dice, sacándose el zapato derecho: “se me ha dormido el pié”. A lo que el otro, oliéndolo, responde: “¿Dormido? ¡Este pie está muerto!”.

Quizá podría servir la anécdota para reflexionar sobre la situación actual del PP. Con la corrupción desbordándole por todas las costuras, con un líder (es un decir) que, como la lechuza, se fija pero no habla, el partido de las derechas está agonizando. El partido de todas las derechas, por extremas que sean, está kaputt. Hasta hoy, siempre han sido más provechosos para la gran oligarquía unos sirvientes agrupados que dispersos. Pero los precisa vivos.

Y hoy, esto ya no hay quién lo recomponga ni lo resucite. Y aunque algunas voces clamen por una reestructuración, un cambio de líder o una refundación, es impensable que no hayan pergeñado un plan B (cosa que tienen muy por la mano). No sería impensable que los que realmente mueven el cotarro, aquellos que no se ven ni salen por televisión (al menos como protagonistas políticos), aquellos a los que alguien llama el Ibex35 (que habría que ampliar, puesto que no sé yo si el Vaticano o la Casa Blanca cotizan en bolsa), hayan planeado una “Operación recambio”, una “Operación renove de Génova”. Con Rajoy arrastrando en su silente caída a un buen montón de rémoras, los demás podrían dar cuerpo a la nueva derecha, más joven y atildada, que tuviera como detonante de cristalización a Ciudadanos. No una refundación sino un recambio.

El único punto débil (o no, según lo miren algunos) de tal estrategia es que, al menos en un primer tiempo, darían pié al surgimiento de una extrema derecha, que agruparía a los miembros más rancios sobrevivientes de este Titanic. Sería grave pero, por contraste, daría a Rivera la pátina de centrista que lo mantendría en el poder el suficiente tiempo como para dar algunos pasos más hacia la servidumbre total de la ciudadanía y seguir tirando de la rifa. “R. ha muerto, ¡viva R.!”