En su novela “Campo del moro”, Max Aub nos ofrece la siguiente reflexión[1]: “¿Cuándo podrá el pueblo español recobrar su fe en la pureza y la capacidad de los hombres representando sus partidos y sus organizaciones, y, con la fe, su esperanza en la democracia? Es lo más trágico en esta inmensa tragedia”.
Lamentablemente, hoy puede parecernos cursi, relamida. Pero después de años, lustros, de predominancia de la mediocridad en todos los niveles de poder, no deja de ser premonitoria. En efecto, la derecha ha pensado que con líderes mediocres podría campar más y mejor a sus anchas. En tal sentido, sólo cabe pensar que Artur Mas fue investido como puente entre dos generaciones de la dinastía Pujol; o simplemente ver la berroqueña cara de don Mariano ante cualquier pregunta mínimamente elaborada. Y ello, por el mimetismo de cuadros que basan su militancia en la adulación y el seguidismo ciego, se extiende a toda la organización. Y aún más: lo peor es que no solo se resiente el partido que sea, sino el gobierno de la nación. La izquierda, gobierne o no, no está a salvo de esta plaga. Falta de liderazgo, falta de ideas novedosas, es una constante a diversos niveles de decisión. Junto con “confluencia”, quizá la palabra que más se haya prostituido sea “transversalidad”. Todo el mundo aspira a ella, todo el mundo la proclama como base de la nueva política (que está gestando la vieja guardia). Pero junto a la transversalidad, hace falta también algún tipo de liderazgo, puro y capaz. ¿Hay alguien ahí?
Frente a esta tendencia, o como fruto de ella, surgen las ideas simplistas, populistas si se quiere, que calan en el público sin mayor elaboración. Es por esto que en el momento de la democracia, en los comicios, la reacción es visceral, ni ilusionada ni convencida. Después, a la vista de los resultados (y de cómo los medio-ganadores negocian, o no, con los medio-perdedores), no es extraño que no haya fe ni esperanza en el sistema parlamentario. ¿Para cuándo la caridad? Se habrá facilitado el camino hacia la Nueva Edad Media Neoliberal, con sus limosnas incluidas.
Y para cerrar, sólo un apunte de uno de los frutos que dicha pobreza de espíritu (de la otra hablaremos otro día) puede acarrear: el poner en riesgo la democracia. Esta democracia ajada, renqueante, imperfecta, pero tan nuestra.
¿O es que hay alguna garantía de que en el erial en el que la están convirtiendo los mediocres, no florezcan, primero los populismos y luego los totalitarismos? ¿No fue la mediocridad de los líderes políticos, pero también económicos, del momento: del alemán von Hindenburg, del británico Chamberlain o el francés Reynaud los que favorecieron la consolidación de unos planteamientos antisociales que costaron 40 millones de muertos? Y un toque de atención: de ellos, 18 millones de civiles.
Y ahora: ¿En qué pueden cuajar las políticas xenófobas respecto a los refugiados, el gusto por ampliar el censo de trabajadores pobres, el seguidismo servil de un oráculo inmaterial como “el mercado”? ¿Imaginamos una connivencia entre Trump, Le Pen, o algún acólito de Aznar en casa, teledirigidos por gente como Lagarde o Draghi, en plena siesta de los mediocres funcionarios europeos? Podríamos llamarlo: “Historias para no dormir”, claro. Pero sugiero titularlo “Retos para sobrevivir”.
El espanto puede ser aún mayor: Parece fuera de toda duda que la intención de las oligarquías dominantes es llevarnos a una nueva Edad Media de siervos y señores, de cientoeuristas atemorizados y soñando en un consumo inducido, y de élites escondidas en sus “resorts”. Pero es que en la época antigua, las guerras se hacían a mandoble partido, en un ámbito reducido, mientras el siervo podía cultivar cuatro patatas detrás de su barraca. Hoy, la amenaza es atómica, global, y el consumo es electrónico. E, insisto, no hay ninguna garantía de que las naciones más poderosas del mundo no alcancen un nivel de liberalismo radical que haría soñar a los propios nazis. Así que no debiéramos dejar que los mediocres nos adormezcan con sus pseudo-debates. Hablamos de nuestra supervivencia como personas libres y autónomas.
[1] AUB, Max. Campo del moro. Madrid. Alfaguara. 1985, página 184
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