Juan Marcos
Investigador en Economía Aplicada y miembro del Consejo Ciudadano de Podemos Rinconada
Noto cierto nerviosismo entre nuestros vecinos alemanes por hacer valer una pretendida capacidad de dirección sobre el curso de la Unión Europea y aplastar rápidamente cualquier síntoma de rebelión contra el pago de la deuda en el sistema (¿imperio?) financiero del euro. ¿Nervioso el león por los movimientos de ratón? No puede uno más que empezar por preguntarse dónde pondría el límite o si dejarla sola y tranquila, encerrada en el centro de Europa, sería quizás una solución aceptable para todos. Como ese chico con mala fama al que nadie se arrima en las fiestas.
Hermann Josef Abs firma el Acuerdo de Londres sobre la deuda alemana en 1953.
Ocurre que en momentos así uno se pone “farruco”, se enfada y termina asumiendo que en algunas situaciones las líneas de la corrección tanto políticas como académicas están demasiado próximas y son demasiado bajas como para no saltárselas disimuladamente y seguir la marcha en pos de un descargo que la dignidad te pide a gritos. Avisado queda pues el lector: lo que acontece es una impropiedad.
Porque me enseñaron que resulta impropio que recuerde que una superpotencia como Alemania (cada vez menos, eso es verdad), hace no tanto tiempo como les gustaría hacer creer, destruyó Europa y masacró a una población que tuvo después la humanidad de perdonarle la existencia y hasta las deudas.
Porque de lo que aquí se trata es simplemente de eso, de reconocer que no se puede dejar ganar al mismo espíritu que derrotamos ya dos veces en el pasado. Que es ahora, cuando a Alemania le correspondía hacer todo eso que no está haciendo, le correspondía ofrecer para el resto el mismo plan que aceptó para sí misma cuando era una nación asesina y destructora a los ojos de todo un planeta.
Si Alemania hubiese aprendido algo de su propio pasado, sabría que no se pueden pagar las deudas cuando la economía no funciona porque si la balanza comercial es negativa o estás comprometiendo la estabilidad financiera de la nación, necesariamente antes o después el pago va a tener que suspenderse. Así, cuando en 1953 los acreedores de la post-nazi y post-genocida Alemania aceptaron renegociar la deuda lo hicieron bajo la premisa de una recuperación económica del Estado acreedor y del fortalecimiento de su capacidad productiva y exportadora, aun a costa del propio mercado que iban a perder.
Cuando llegó la hora de negociar, lo primero que eliminaron los países acreedores fueron los intereses generados por posibles suspensiones de pagos, que en muchos casos constituían el grueso de esa partida. Después se metería tijera hasta condonar en total por ésta y otras vías más del 62% de la deuda privada total alemana, tanto de la contraída antes como después de la guerra.
Ésta, es justo la actitud opuesta a la mostrada por Alemania en todo el proceso. Alemania abre vías comerciales y mercados a sus empresas con la expansión territorial de la UE, pero la UE no cuenta con herramientas efectivas (como sí fue el plan Marshall) para impulsar el desarrollo de las industrias nacionales y la apertura de nuevos mercados, por lo que, en la práctica, sus productos copan nuestros mercados en lugar de ceder espacio comercial como hicieron con ella. En la misma línea, cuando en medio de la crisis de deuda Griega se vio forzada a aceptar una quita, fue tan mínima e impuso condiciones tan abusivas que tuvieron un efecto regresivo, destruyendo tanto la economía y como la estabilidad social griegas.
El perdón que los pueblos del mundo vencedores realizaron sobre las deudas privadas alemanas tuvo además un especial cuidado y atención en la elaboración del plan de pagos, condicionándolos siempre a no suponer en ningún caso más del 5% de los recursos emanados del comercio exterior y estando precedido el comienzo del pago por un periodo de 5 años en los que únicamente se abonarían los intereses renegociados a la baja de la deuda final, menos de un 38% de la inicial.
Es ésta una solución con la que un país puede comenzar algo tan complejo como una reconstrucción de postguerra o la recuperación de una de la mayores crisis económicas que nuestra historia moderna recuerda. Una reordenación que hace del deudor un agente predecible en los mercados y, por tanto, con atractivo para captar nueva deuda.
Pues al final se trata de eso, es la inestabilidad derivada de la certeza de una imposibilidad del pago la que hace que el inversor espere paciente a que la situación se resuelva antes de atrapar recursos. De fondo nuevamente Alemania, beneficiándose del “extraño” sistema de valoración de deuda nacional de la UE que la sitúa como referencia base y, por tanto, beneficiaria directa de los incrementos del coste de financiación ajenos.
Suponer que Alemania ha contemplado este escenario para Grecia es suponer que Alemania aprendió tanto de sus errores como de los aciertos ajenos. Suponer que Angela Merkel piensa en algún momento en el interés de Europa cuando traza a golpe de agenda electoral los movimientos de la política europea es entender que nosotros no aprendemos de nuestro propio pasado.
El espíritu que ahora impulsa a Alemania no es el que animaba a los aliados en las negociaciones del 53 sino el mismo que la empujaba en el 41 a ocupar Grecia a través de la frontera búlgara. Nos dibuja un escenario indeseable, una Europa subyugada a los intereses económicos de una sola nación. Es ése un espíritu al que ya hemos derrotado dos veces en el pasado y al que esta vez no podemos dejar ganar.
Grecia no está sola, Grecia no será la primera.
Publicado: EN EL MUNDO