La presentación del libro El sistema electoral proporcional y el mayoritario: votar una lista, votar un candidato de Francisco Camps, presentado en la Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir, con intervención de monseñor Antonio Cañizares, avemaría incluida, da mucho que pensar. Más allá del aroma mohoso, rancio y polvoriento del encuentro, el hecho invita a la reflexión y, ¿por qué no?, a la autocrítica desde la izquierda.

En las 800 páginas del libro, uno de los gestores del boom caciquil valenciano estudia en profundidad como una corrección (¿o será amaño?) de la ley electoral podría dar al PP una mayoría absolutista, perdón: absoluta. Pasaría de 123 a 215 diputados, mientras que el PSOE bajaría de 90 a 46 y Ciudadanos desaparecería. Un sueño para don Mariano.

Y como soñar no está penado, al igual que muchas otras fechorías al uso, si lo pueden hacer don Francisco o don Mariano, ¿por qué no lo puede hacer la izquierda? ¡Pues claro que sí que puede!  Seguro que  lo hace,  aunque  no siempre  se despierta. Por eso,  ahí va la    autocrítica:

¿Tiene la izquierda una propuesta propia que no sólo haga soñar, sino pelear por ella? Si revisamos declaraciones y manifiestos varios, veremos que casi todos claman por un “cambio de la ley electoral”. Sí, pero, ¿cuál?

No entraré en el ejemplo catalán, en el que todos los partidos se atribuyen “el mandato democrático”, siendo la única comunidad autónoma que no tiene ley electoral propia, paso que han impedido todos los partidos mayoritarios, incluso aquellos de las “estructuras de estado”. Hay que dar la voz al pueblo, pero filtrándola mediante unos condicionantes que la hagan favorable a mantener el estatus quo, a que permanezca vivo el tan útil clientelismo. Tampoco es aquí el lugar para analizar cuáles son las demarcaciones, la proporcionalidad o los cupos mínimos más justos y equitativos. Vuelvo al libro que no pienso comprar. Los 45 euros que vale, me gustaría gastármelos en una o varias propuestas de la izquierda. Y aún más en asistir a un debate entre los diversos partidos y colectivos sociales interesados en el tema, hasta conseguir un mínimo posicionamiento común. Una propuesta que no tuviera en cuenta los intereses partidistas del momento (que, por otra parte, cambian), sino la equidad y la justicia; el ciudadano y sus inquietudes. A poco que nos fijemos, veremos que las posiciones de todas las izquierdas no están tan alejadas.

Esta sí sería una verdadera confluencia, un embrión de retos más amplios, un proceso a desarrollar en un día a día abierto y sincero, honesto y generoso. Es en estos retos conjuntos, en la búsqueda de un criterio unitario (poniendo de relieve, si así sucede, también las discrepancias), lejos del rifirrafe teatrero de los periodos electorales, dónde se aprendería a comprenderse y a trabajar conjuntamente para un fin común.

No dejemos que, una vez más, sea la derecha más rancia la que tome la iniciativa. Ellos no tienen problemas de discrepancias, los intereses (y el capital) los unen sólidamente. La izquierda debiera utilizar el papel de fumar, que ahora usa en otros menesteres, para escribir su propuesta conjunta de ley electoral. El aprender a trabajar juntos sería un bien colateral al esfuerzo por hallar esta confluencia tan necesaria, al menos y para empezar, en un tema concreto como la ley electoral. Se podría hacer un libro, que sí compraría, y también actos divulgativos y reivindicativos. En ellos quizá no se recitaría el avemaría, pero muy  posiblemente se escucharía La Internacional.