Escuchaba hace unos días en el bar en donde tomo café todas las mañanas a un hombre, ya muy mayor que, frente a un castizo chocolate con churros, debatía con el dueño del mismo sobre todo lo divino y lo humano. Pero, sobre todo, hablaban de política, de la política de la calle, de esa que se habla en bares y aceras, en reuniones familiares y tomando copas con los amigos. La que uno puede escuchar en cualquier parte.

Aquel hombre mayor, noventa años dijo tener, representaba para mí en aquel momento el saber popular que atesora el conocimiento de años muy críticos de nuestra historia. Dijo acordarse todavía de la llegada de la República, siendo muy niño, y también del inicio de la contienda civil, años después. No me quedó más remedio que pedir otro café, para seguir escuchándole y prolongar aquel momento de historia viva.

Habló de cómo había visto evolucionar todo desde que acabó la guerra, de los largos años de dictadura, del silencio, de la ausencia de cualquier derecho en el mundo civil y laboral, de la represión, de la intolerancia, del fanatismo… Y también habló de la alegría y la esperanza que representó, para todos los que habían vivido esa triste época, la llegada de la democracia, en lo que se llamó transición, y en la que tantas esperanzas mucha gente como él puso.

También habló del desencanto y desengaño posterior, de la tristeza de haber visto como, año tras año, los derechos y beneficios que en un momento se habían ido consiguiendo iban perdiéndose, sobre todo en estos últimos años. Habló de su hijo y nieto, en paro los dos, de cómo habían embargado sus viviendas, de cómo ahora dependían de su exigua pensión y viviendo en su casa. Habló también de la pérdida de atenciones y derechos en el sistema de salud y frente, a todo ello, de cómo la corrupción que veía a su alrededor, junto a todas esas desgracias, le hacían apretar los puños y gritar impotente.

Y también habló de la poca esperanza que le ofrecían los diversos partidos que, llamándose de izquierda, en teoría podían defenderle y en los que confiaba para solucionar todo aquello. Alguno de esos partidos había estado ya en el gobierno, decía, y algún otro en la oposición, pero con nulas posibilidades de alcanzar ninguna cota de poder que pudiera significar ningún cambio importante y también habló de un nuevo partido formado por jóvenes que rechazaban lo que él mismo rechazaba, pero de los que ni sabía nada, ni le ofrecían respuestas a lo que él realmente necesitaba y que fundamentalmente era la llegada al poder de la izquierda -toda la izquierda- para arrebatárselo, en municipios, comunidades y en el ámbito estatal, a los que, según él, habían llevado a cabo la depredación absoluta de los logros que habían sido conseguidos en el pasado.

Recordé en esos momentos un artículo reciente de mi admirado Luis García Montero: “La impunidad”, en el que detalla la situación de podredumbre política en la que nos encontramos, con el peligro añadido de que la ciudadanía deje de confiar en la posibilidad de una salida válida y coherente, que regenere la actual situación y devuelva la confianza en los políticos y en un sistema de democracia, en donde los poderes, ahora establecidos, dejen de controlar nuestras vidas, en la línea de una pérdida creciente de los derechos sociales que tanto esfuerzo ha costado crear. Y apuntaba Luis, para finalizar, que la única salida válida es la formación de plataformas de convergencia dentro de la izquierda, como única posibilidad de salir de la situación en que nos encontramos.

Estoy convencido de que, como ese anciano contertulio del bar, miles y miles de personas sabemos que la propuesta de Luis es la única salida posible: La formación de plataformas de convergencia que aunen tanto a los grupos, movimientos pequeños y sectoriales y en donde los partidos históricos y nuevos, de mayor presencia en el juego político, deberían adoptar posicioones claras al respecto.

Pero lo que más me asombra es que eso también lo deberían de saber perfectamente los dirigentes de esos partidos que se llaman de izquierda. Y entonces… ¿Por qué algo tan evidente para la inmensidad de los votantes de esos partidos no lo es tanto para sus dirigentes? ¿Por qué no están trabajando ya en esa dirección? Pero trabajando sin restricciones ni condiciones, sin querer ser el referente de esa convergencia, sin hacer sentir a los otros que son fagocitados. Con un ánimo claro y decidido de puesta en común en igualdad, en el que el objetivo fundamental y evidente sea el mismo que el de todos los miles de personas que lo están pidiendo en la calle y que es: Eliminar del poder a los que sustentan políticas neoliberales-conservadoras que tanto daño están haciendo a amplias capas de la clases trabajadora y media de este país.

Los dirigentes de estos partidos han de tener claro que sus votantes no les están pidiendo que peleen por el segundo puesto en la pugna electoral. Sus votantes ya están hartos de eso y saben que eso no les va a cambiar sus vidas. Nadie les está pidiendo que quede claro que ellos son el principal partido de la izquierda, el primero de la oposición. Eso no lo quiere nadie, tal vez algunos de ellos sí lo quieran, para poder perpetuarse en el poder que les brindan los menguantes escaños y exiguas cotas de poder que les da un puesto en la oposición. Lo que los votantes de izquierda les están pidiendo, sea el partido que sea, es que construyan las políticas necesarias, con generosidad y olvidándose de antiguas rencillas, para quitar del poder a la derecha.

Ya no es posible la victoria electoral de un partido socialista en estado de retroceso como el que se dio en el pasado, ellos mismos lo saben. La configuración del espectro electoral ha cambiado claramente, han surgido nuevos partidos y la división del voto en ese espectro hará imposible un triunfo como los de entonces. También el tradicional partido referente de la izquierda, por méritos propios durante la lucha en la dictadura y años posteriores, debe de saber lo mismo. Hay otros grupos ciudadanos, emergentes, que va a discutirles esas cotas de representatividad en la izquierda.

Pero sin embargo la derecha permanece unida, más que nunca, votando al unísono a toque de corneta y frotándose las manos ante la división que la izquierda les ofrece. Está clara la división de España en dos mitades y está clara también la imposibilidad de triunfo de la izquierda en el estado de división en que se encuentra. Sus actuales dirigentes deberían saberlo, estoy seguro que lo saben y por tanto me parecería un engaño a sus votantes el que traten de crearles falsos espejismos de triunfo, bien sea mediante una regeneración en sus cúpulas, bien por una llamada a la convergencia, pero con un cierto aire de protagonismo o, en otro caso, basándose en un crecimiento electoral, no previsto en las elecciones europeas, que pudiera hacer pensar a algunos que el camino ya está trillado.

La España de la transición y años posteriores no es la de ahora. Han surgido movimientos ciudadanos, plataformas. El espíritu del 15-M ha mostrado una forma diferente de hacer política y los partidos de la izquierda tradicional deberían de tomar buena nota de ello. Ya no se pueden hacer las cosas de la misma forma. Amplias capas de la sociedad surgidas en torno a estos grupos y movimientos, quieren otra forma de acción política, en plano de igualdad, con debates, de donde surjan los que representen esos gritos populares en listas abiertas, consensuadas y sin que vengan marcadas por las cúpulas de los partidos. Los partidos de izquierda, tradicionales y nuevos, han de ponerse al servicio de esa causa sin querer sentirse los referentes de nada ni de nadie, en plano de igualdad y con generosidad en sus planteamientos.

En un cierto momento, en la España de los años treinta del siglo pasado, los grupos y partidos de izquierda escucharon el tronar de voces que anunciaban un mundo intolerante, cargado de penalidades para la clase obrera y supieron limar sus intereses particulares para articular una alternativa creíble y que fue votada mayoritariamente.

No quiero decir que la situación sea la misma, pero sí que este nuevo tronar de voces están anunciando un cambio que ha empezado ya con sus gritos de contención del gasto público en servicios sociales que a todos afectan, privatizaciones, limitación del control de las decisiones por parte de la ciudadanía, ningún interés real por la lucha ante una corrupción que invade todos los organismos del Estado, con el paso de meses y años para juzgar a aquellos que han dilapidado lo que a todos pertenecía. La falta de credibilidad de los políticos es algo que repercutirá en la vida demcrática del pais. La lucha contra el paro, que debería de ser la línea fundamental de toda política que quiera acercarse a los problemas reales de los ciudadanos, será como un canto de sirenas en el que nadie creerá.

Por todo ello, la apuesta de todo partido, plataforma, movimiento, grupo… que se considere de izquierdas ha de ser la de sentarse con otros, con los que las diferencias son mínimas, olvidar rencillas pasadas y, en un plano de igualdad, tomar de unos y otros todo aquello válido y que enriquezca lo común, para construir un futuro que ilusione a gran parte de la ciudadanía y que resulte creíble para su electorado, manteniendo la identidad de cada uno. No se trata de copiar (como indicaba recientemente en un artículo Nicolás Redondo), pero sí de amalgamar y utilizar lo que en común puede ser una apuesta válida que pueda ser utilizada por todos. Con generosidad, con amplitud de miras, sin falsas demagogias y sin ofertas de paraísos inalcanzables y, por encima de todo ello, sabiendo cual es el oponente real a batir.

Pienso que la de ahora es una situación histórica y también creo que todo grupo o partido que se denomine de izquierdas y que no opte por esta alternativa, antes o después habrá de pagarlo. Sus seguidores y votantes no les perdonarán por ello.

Entonces, ¿puede ser posible la confluencia? En Convocatoria Cívica creemos firmemente que esto es posible y todos nuestros esfuerzos van encaminados en esa dirección.

 

Angel Viviente Core

Convocatoria Cívica

Coordinador General